jueves, 21 de febrero de 2013

¿Arco o dintel?

Arco rebajado y asimétrico alrededor del enorme portón de Exarchs, 5 y arco escarzano en Pie de la Cruz, 17 / Carlos Izquierdo García.

Cuando deambulo por el centro histórico, me encanta recorrer algunas arterias principales y encontrarme a ambos lados las puertas de los palacios abiertos de par en par, permitiéndome echar un vistazo a sus patios empedrados o a sus amplios zaguanes, mostrándome una porción de su mundo interior. Pero cuando no tengo la suerte de satisfacer mi curiosidad, entonces me consuelo con mirar los portones que sellan los vetustos caserones: puertas las más de las veces blasonadas, insertadas en huecos en ocasiones provistos de guardarruedas o roderas, con hojas de madera lisas o claveteadas, protegidas o no por chapa metálica en su parte inferior y a veces adornadas por una reluciente aldaba.

Estos batientes de madera están enmarcados por un hueco que, desde el punto de vista estructural, suele ser el punto más crítico de toda la fachada, debido a que es un vano de gran anchura que se abre en la parte baja del frente, debilitando la fábrica allí donde se encuentra más cargada. Al practicar un hueco en un muro, se desvían las cargas que recaen sobre la abertura hacia sus laterales, provocando una sobrepresión sobre las jambas. ¿De qué forma resolvieron esta zona tan delicada nuestros antepasados? Como explicaré a continuación, lo solucionaron de diversas maneras, pero hoy me gustaría resaltar una que me parece especialmente sabia e ingeniosa.

Primero se les ocurriría hacer coincidir en la misma banda vertical de la fachada el portón de entrada y una puerta que permitiera disfrutar de un amplio y ligero balcón en el primer piso. Con este recurso, por una parte consiguieron aliviar parte de la carga que gravitaba sobre el portón, ya que situaban sobre él la perforación de la planta principal y, por otro lado, lograron que el vuelo del balcón alejara el agua de lluvia de la puerta de madera, minimizando las salpicaduras y prolongando su vida.

Después debieron pensar que el material que más garantías ofrecía para solventar este punto crítico era la piedra, ya que tiene una gran durabilidad y una enorme resistencia, por lo que podría asumir sin dificultades las sobrepresiones que se originaban en ambos laterales. El problema era que los pétreos trabajan excelentemente a compresión, pero muy mal a tracción, así que un dintel de dicho material funcionando a flexión no parecía la mejor idea. Por eso se decantaron por cerrar el vano con un arco, tallando piezas de piedra que se acuñaban.

Sus juntas radiales les delatan: el vano de plaza Manises, 4 está rematado claramente por un arco con dovelas recortadas por abajo, mientras que en Pintor Fillol, 7 el hueco se cierra con un arco adintelado / Carlos Izquierdo García.

Por cuestiones estéticas se realizarían variaciones sobre estos arcos, como por ejemplo introducir un moldurado continuo a lo largo de todo el recercado del hueco, tallar sus dovelas de tal manera que el portón tuviese forma rectangular, o incluso convertir el arco en un falso dintel, formado por varias piezas pétreas separadas por juntas radiales. Debió llegar un momento en el que la talla de las dovelas resultaría una labor de cantería complicada y cara, dado que en estas piezas especiales confluían tanto el moldurado como su particular forma de cuña.

Este es el punto en que debió surgir una solución que a mí me parece buena, bonita y barata: la sustitución del arco o del falso dintel pétreo por un cargadero de madera. Las ventajas de este sistema son evidentes: empleo de una pieza leñosa que trabajaba perfectamente a flexión y en la que resultaba fácil labrar las molduras; la estética apenas se ve afectada debido a la unificación geométrica (idéntico moldurado) y cromática (causada por la fotodegradación de la madera) del dintel y las jambas; así como el uso de un material más barato y menos costoso de tallar que la piedra.

Como se aprecia en Moro Zeid, 6, en esta brillante solución constructiva se utilizan los materiales de la forma más óptima: madera a flexión y piedra a compresión / Carlos Izquierdo García.

En Maldonado, 29 se ve que era habitual aligerar el entrepaño situado sobre el cargadero abriendo un ojo de buey / Carlos Izquierdo García.

La exposición continuada de la madera a la radiación solar produce su fotodegradación, que queda patente por el cambio de color de la capa superficial del material hacia tonos grises, como se aprecia en este otro dintel de Maldonado, 29 / Carlos Izquierdo García.

La sutil diferencia entre la madera y la piedra suele pasar desapercibida para los transeúntes, como se ve en este ejemplo en Salinas, 11 / Carlos Izquierdo García.

En Roteros, 18 también se utilizó este sistema / Carlos Izquierdo García.


En Maldonado, 25 existe un largo dintel de madera que abarca los tres huecos de la fachada / Carlos Izquierdo García.

La fortuna de este sistema hace que el observador atento pueda hoy encontrarlo en múltiples fachadas de nuestro casco antiguo. Curiosamente, donde menos desapercibida pasa la solución es en aquellos frentes que han sido recientemente intervenidos, ya que en ellos se le ha devuelto a la madera su tono natural.